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La Isla Infinita

Uno de los comentarios más recurrentes cuando se habla de las peculiaridades de Lost y de la habilidad de sus creadores para desarrollarla hace referencia a las teorías que los fans discuten en internet y que se forman exclusivamente en sus mentes. Concretamente, se habla de “una serie que ha generado miles de series” para referirse a estas anticipaciones que luego serán confirmadas (pocas veces) o refutadas (la mayoría).

Esto es en parte porque se ha aprovechado muy bien la consolidación de Internet como medio de promoción y, por otro lado, por la construcción de expectativas a partir de la reformulación constante de sí misma, creando una incertidumbre en los espectadores, que tienen pocos puntos de apoyo a los que agarrarse a la hora de intentar comprender las razones que puedan explicar los misterios característicos de la serie, lo que ha llegado a cabrear a muchos espectadores, por otro lado. A partir de aquí, se pueden proponer dos ideas relacionadas hasta el punto de que una es la consecuencia de la otra: que Lost, sin ser necesariamente la mejor serie, es la que mejor ha aprovechado el formato episódico y dilatado de las series de televisión (es la serie que define a las series) y, sobre todo, que Lost es una serie que podría tender al infinito.

Imaginemos por un momento una narración hipotética en la que hay un misterio (un suceso al que llamaremos “Mcguffin”) y un protagonista que lo investiga. Para ello recurre a entrevistas grabadas de un número determinado de testigos. El único recurso de la narración son los testimonios grabados de un número determinado de gente. Estos testimonios pueden confirmarse, complementarse o contradecirse. El investigador y los espectadores irán sacando conclusiones, pero nunca recibirán ningún tipo de información más que los testimonios grabado de distintas personas. Esto es una narración que se ha impuesto unas limitaciones muy definidas. Incluso en el primer episodio se declara el número exacto de testigos que hay, de manera que la narración se tiene que parar en un punto concreto, una vez hayamos oído todas las declaraciones.

Pongamos que esta narración es una serie, y en el último episodio de la primera temporada alguien le dice al investigador que cerca de los hechos (no en el mismo lugar) había tres personas grabando cada una con su videocámara (es una zona turística) y que existe material de vídeo que puede proporcionar alguna pista sobre la naturaleza del misterio. De repente toda la normativa de la narración ha sido ampliada. Lo que en un primer momento se reducía a testimonios grabados en audio, ahora se mueve en el terreno del documento videográfico. Habrá quien opine que una serie honesta debería haberte informado desde el principio de la existencia de estas cámaras, pero aquí es cuando la narración establece su juego de comunicación con el espectador. O, lo que es lo mismo, un prestidigitador no le dice a su público “la clave para pillar el truco que voy a hacer ahora es mirar todo el rato a mi mano derecha”.

Una narración siempre va a establecer un límite de formas en las que puede desarrollarse. En una película de abogados y juicios probablemente no tendrá cabida la aparición de un superhéroe para salvar el clímax. Composicionalmente, una narración del tipo que sea tiene que definir fronteras. La pregunta es cuánto se pueden estirar. Imaginemos que la serie hipotética con el suceso misterioso abre las puertas a otro tipo de fuentes de información para el investigador: restos químicos, fenómenos naturales (un pequeño movimiento sísmico ocurrido en el momento exacto del suceso) e, incluso, visiones y fenómenos paranormales. ¿Dónde está el límite? ¿Qué pasaría si un policía amigo del investigador conociese una información pero tuviese miedo a revelarla y lo hiciese en el momento justo para que los espectadores pudiesen interpretar?¿Sería trampa?¿Hay alguna narración que no las cometa?

En Lost las fuentes de información se van ampliando constantemente, y no hay recurso que sus guionistas no usen: desde la experiencia personal (dentro y fuera de la isla) de cada personaje, están los recuerdos con lagunas de algunos (que toman forma en el momento justo), los sueños de otros, los vídeos de Dharma, etc. Por supuesto hay límites: Jack no compartirá sus sueños con nadie porque él “sabe” que los sueños no tienen significación mágica, de manera que de ahí no podremos sacar información. Sin embargo, uno de los puntos donde mejor se manifiesta el enorme número de posibilidades de Lost es en el espacio de la isla. Y es que se trata de una isla infinita:

El carácter indeterminado de los espacios de selva tropical permite situar a los personajes en el punto idóneo en el momento idóneo. Existe un mapa relativamente oficial, sí, pero la posibilidad de los guionistas para descubrir nuevos lugares sigue ahí. Si bien, los límites en vertical de la isla se ven desde la playa (y no se puede llegar a un punto más alto que la cima del monte más alto ya visible), la superficie se puede estirar hasta el punto de crear encuentros improbables de personajes (coincidencias en tiempo y lugar) o lugares que sólo conoce uno solo de ellos. Al fin y al cabo, no hay caminos definidos, y los caminos son el equivalente de límites en la narración, así como su ausencia es el equivalente de lo contrario.

Lo mismo puede decirse del tiempo y los flashbacks. Si conocemos dos momentos determinantes en la historia de un personaje, que llamaremos A y B. ¿Qué pasa si descubrimos un momento C entre ambos que lo cambia todo? Y luego un momento D entre C y B, y luego… ¿Cuánto se puede estirar eso?

Intuitivamente, creo que una libertad así en una narración comprimida sería totalmente cacofónica, o lo que es lo mismo, si tuviéramos una memoria mejor nos “chirriaría” el desarrollo de Lost. Al fin y al cabo, su método no me parece tan distinto del flujo de las noticias. ¿Recordamos si los conflictos chungos de hace dos años fueron en Birmania, en Indonesia o dónde? Somos favorables al impacto reciente. Por eso Lost es la serie que mejor ha aprovechado el formato episódico.

Lost se construye sobre la incertidumbre y los espectadores la dan forma en su cabeza. Si se alargase lo suficiente se podría sacar partido de cada cueva, de cada animal de la isla, de cada brote de hierba. Al ver Lost uno no puede evitar pensar en conspiraciones y juegos de poder. Hay un encuentro entre Ben Linus y Charles Widmore con el que da la impresión de que se está decidiendo el destino de todo el planeta. Aunque la era digital haya provocado un furor de opiniones sobre cualquier tema, también nos ha hecho conscientes de la dificultad de establecer una opinión con verdadero conocimiento de causa. Cuando los medios de todo el mundo dan versiones contradictorias, cuando, a pesar de que el acceso a un archivo de noticias es más fácil que nunca, olvidamos lo que pasó hace seis meses, cuando el verdadero Orden Mundial es algo inaccesible e incomprensible para los simples mortales, no puedes pedir certezas a una serie de televisión.

Comentarios tardíos: “Yo”, de Rafa Cortés

Rafa Cortés y Àlex Brendemühl son coautores del guión de “Yo”. El primero se encargó de dirigirla y, el segundo, de interpretar el papel protagonista. O, al menos, el de uno de los dos protagonistas (ya comentaré esto). La película se estrenó en España el 6 de julio de 2007, sin ruido mediático, a pesar de que iba acompañada de varias menciones y premios en unos cuantos festivales. “Yo” hizo algo de ruido; no el ruido “oficial” que puede hacer un Amenábar, por ejemplo, sino un tipo de ruido más débil, común a cierto tipo de cine (y audiovisual) español, que, al tiempo que se hace fuerte, ya va conquistando ciertas barreras mediáticas.

Yo (sin comillas) la vi por primera vez el otro día, que ya iba siendo hora, llegando a la conclusión de que es la mejor película española de los últimos años que haya visto. Y ahora veamos por qué.

“Yo” tiene dos protagonistas, y ambos se llaman Hans. Uno de ellos está físicamente presente en todas las secuencias de la película, está interpretado por Àlex Brendemühl y la narración de la película está pegada a su presencia y conocimiento, esto es, la información está limitada a la información que tiene Hans (una subjetividad bastante acorde con el título de la película. Hans es un alemán acaba de llegar a un pueblo de Mallorca, y empieza a trabajar como sirviente “para todo” para el dueño de la casa más grande y lujosa que hay por allí (otro alemán). El otro Hans apenas aparece en la película (y ese “apenas” ya es decir demasiado), pero su espíritu está flotando en cada momento. Ese Hans trabajó anteriormente para la misma persona y en el mismo puesto que el nuevo Hans. Además, parece haber dejado una huella importante en todos los personajes (habitantes del pueblo), hasta el punto de que su personalidad amenaza, cual Rebecca, con poseer al nuevo Hans. Sigue leyendo Comentarios tardíos: “Yo”, de Rafa Cortés

La Clase

Si nos fijamos en el palmarés de la última edición de Cannes, en la cual la película en cuestión se llevó la Palma de Oro, veremos una intención social en el cine que intentan fomentar. Cine comprometido (no en el sentido progre que le damos a esa palabra), más analítico que dramático, quizá necesario, pero, por lo general, bastante poco estimulante en sus aspectos cinematográficos.

Desde hace algunos años ya, las películas ganadoras del premio principal del festival hacen referencia a hechos reales de actualidad o a realidades sociales, aunque desde muy distintos puntos de vista. “Elephant” de Gus Van Sant partía del asesinato en masa de Columbine para crear una obra abstracta muy personal en torno a la juventud y la muerte, mientras que “El Viento que Agita la Cebada” de  Ken Loach era una aplicación oportunista de la estructura de héroes vs. villanos para alimentar la memoria histórica de Irlanda, en lo que respecta a la opresión inglesa. También “El Niño” (Hnos. Dardenne) o “4 Meses, 3 Semanas y 2 Días” (Cristian Mungiu) parten de problemas sociales para, con aportaciones personales, alejarse del, o profundizar en, el mero retrato social. Sin embargo, tanto el último Gran Premio del Jurado (“Gomorra”) como la última Palma de Oro (ésta “La Clase”), se centran más en el análisis limpio, más cercanas al reportaje que al arte. Sigue leyendo La Clase

Milk

El “setentismo” es bastante común en el cine americano actual, como indica la aparición de ciertas películas de prestigio ambientadas en esa década, como “Munich”, “Zodiac” (fotografiada por Harris Savides, al igual que “Milk”) o “El Desafío”, además de algunos cambios de estilo en otras películas que, independientemente del tiempo en el que transcurra la acción, recuperan la distancia, complejidad y realismo de una de las mejores décadas de la historia del cine americano (y mundial). Dentro del primer grupo de películas, y un poco dentro del segundo, se encuentra “Milk”.

Esta mirada hacia atrás es la búsqueda de un punto de referencia después de la confusión que comenzó en los 80, tanto a nivel social, en cuanto al materialismo y a la ligereza moral, como a nivel narrativo y cinematográfico, en cuanto a la imagen vacía y al lenguaje MTV. La vuelta a los 70 significa un regreso al compromiso y a la reivindicación de valores a nivel social y político, así como al clasicismo narrativo y a la armonía entre forma y contenido.

Dentro de las fechas en las que transcurre “Milk” se estrenaba una película dirigida por Sidney Lumet llamada “Tarde de Perros”. En ella también estaba presente el tema de la homosexualidad y las dificultades de los homosexuales en la sociedad. Además, también estaba inspirada en un hecho real. Además de las obvias diferencias a nivel narrativo y cinematográfico, la principal era que en la película de Lumet, el protagonista (Al Pacino) luchaba contra las circunstancias mediante un acto antisistema (atraca un banco), mientras que Harvey Milk (Sean Penn) se integra en el sistema, y su objetivo es mucho más ambicioso. De esta manera sabemos que Gus Van Sant tiene, a pesar del final de su protagonista, una visión más optimista y esperanzada, y que confía en las instituciones y en el funcionamiento de su país. Sigue leyendo Milk

Repo! The Genetic Opera

Repo!, la película con la que he abierto este año, es, por definición, una película maldita, un salto al vacío, sin posibilidad alguna de ser un éxito de taquilla, ni una película con prestigio crítico, a pesar de ser, indudablemente, una buena película.

No se trata de la mezcla de géneros, por muy improbable que parezca, porque ahí tenemos “Sweeney Todd”, “La Tienda de los Horrores” o, por supuesto, la mítica “The Rocky Horror Picture Show”, para demostrar que un musical de terror (o ciencia ficción, porque en “Repo!” aparecen los tres géneros) no es nada del otro mundo, y puede ser rentable o incluso bien visto por la crítica, como con la película de Tim Burton. No, esta película es lo que es por no dar ningún punto de apoyo al espectador, ni al que quiere pasar el rato con los mismos estereotipos a los que esta acostumbrado, ni al que busca lo “sublime”, dentro de otros estereotipos. En definitiva, no puede funcionar en ambos niveles porque es una bizarrada.

“Repo!” empezó siendo una obra musical de teatro, escrita por Darren Smith y Terrance Zdunich (ambos escriben el guión de la película, y Zdunich interpreta al personaje del ladrón de tumbas), que sí tuvo éxito. El director Darren Lynn Bousman quiso llevarla al cine, e hizo un cortometraje en 2006 con el mismo nombre para promocionar el proyecto. Finalmente, “Repo! The Genetic Opera” se terminó en 2008. Sólo encontró su público en festivales de cine fantástico, como Nuremberg, Austin o Sitges. Sigue leyendo Repo! The Genetic Opera

¡Sí, joder!

A falta de noticias importantes en esta semana navideña, traemos una anécdota que nos devuelve la esperanza en la justicia individual, y el respeto por parte del espectador al cine.

Resulta que, el día de Navidad, en el que suele aumentar la crispación de muchos, en un cine de Philadelphia, estaban poniendo “El Curioso Caso de Benjamin Button”. Hay una familia viéndola, y detrás, un tipo llamado James Joseph Cialella Jr., aparte de otros espectadores desperdigados por la sala. El padre de familia, que no debía de ser capaz de seguir la estructura del guion de Eric Roth, se pone a hablar con su hijo. Nuestro héroe James pide educadamente al padre que se calle. Ante el poco caso que le hace el padre, James se mosquea y empieza a tirarle palomitas. James, al ver que nada funciona para hacer callar a padre e hijo, va, saca una pistola, ¡¡Y LE PEGA UN TIRO AL PADRE!! Le pega un tiro en el brazo izquierdo.

Después de que James haga respetar las normas cívicas en una sala de cine, se sienta tranquilo a ver la película, mientras los espectadores salen en desbandada del cine y llaman a la policía, que finalmente detiene a James.

Sabiendo que el padre se encuentra bien, según el hospital donde le llevaron, desde Crocant pedimos que la justicia aplique la menor condena posible.

Ójala hubiera más James Joseph Cialella Jr. en el mundo.

Aquí los hechos

El Intercambio, de Clint Eastwood

Cuando una película, que además es de un género tan típicamente americano como el melodrama, se presenta con unas maneras tan clásicas, lejos de la supremacía del movimiento de cámara o del montaje visible como motores principales, aunque sin restarles importancia, resulta difícil diferenciarla de lo académico y lo tradicional sin sustancia. Eastwood en particular suele demostrar constantes temáticas y técnicas que ante un ojo mal acostumbrado pueden parecer planas, rodadas según el manual y buscando el sentimiento fácil. Ya que está en la producción de la película que comento, voy a mencionar a Ron Howard y a cuestionar qué habría pasado si hubiese dirigido, por ejemplo, “Million Dollar Baby”. Evidentemente todo el mundo estaría de acuerdo en que el resultado sería muy distinto, pero no sería tan fácil diferenciar los tipos de planos que usarían uno y otro, cuándo los usarían, cómo sería el montaje, cómo afectaría a la estructura del guión, etc. Clint Eastwood no es Guy Ritchie, Christopher Nolan o Zack Snyder, y a pesar del clasicismo con el que trabaja, o quizás por ello, se arriesga mucho más con cada una de sus películas.

Pero aún no hemos respondido a la pregunta: ¿qué hace a Clint Eastwood diferenciarse del academicismo de Ron Howard o del típico telefilm lacrimógeno? La primera respuesta sería una coherencia en tema y estilo. Eastwood no se pasa de un lado a otro del espectro según la película que le den. Ha evolucionado, claro, y siempre adapta sus formas a la historia que esté contando, pero en el fondo podemos reconocer que él está detrás y que también adapta la historia a su propia personalidad. No obstante, esto no es suficiente. Lo verdaderamente importante es que detrás de la aparente sencillez vacía, de hacer el trabajo e irse a hacer otra cosa, hay una desnudez formal, no os engañéis, muy difícil de conseguir, que separa cualquier barrera entre narrador y observador. Esta película es como si, en un bar, nos encontramos con un testigo de los hechos y éste nos contara la historia allí mismo, con todo lujo de detalles, como si de una catarsis personal se tratase.

Es extraordinario cómo, con una historia tan impactante, la película mantiene un pulso firme y no se recrea casi en el dolor, y digo casi porque, y es lo único malo que diré de la película, quizá se percibe cierto sadismo por parte de Eastwood para ganarse al público en la parte del manicomio. Lo demás es lo justo y necesario, y lo genial de asunto es que, si percibís que se ha pasado en más ocasiones es porque sois vosotros como espectadores los que habéis reconstruido el horror a partir de los elementos dados. Y es que esta película es un ejemplo de madurez narrativa: saber qué información dar, cuándo darla, cómo administrarla, cuándo permitir al público anticiparse a los hechos. Sólo así consigue un maestro envolver a un público atento durante más de dos horas sin trucos visuales o sonoros.

Sorprendentemente, esa misma serenidad está también en la interpretación de Angelina Jolie. Viendo trabajos anteriores, no sé qué ha hecho Eastwood en la dirección de actores para sacar algo tan tremendo, pero debió de ser impresionante, y no sólo con la protagonista, porque no hay una sola interpretación mala en toda la película.

Ante la desnudez formal de la que hablaba, Eastwood hace un ejercicio clásico basado en los rostros, los gestos, los silencios, sin olvidar el uso de los elementos cinematográficos, como los encuadres o la permanencia del plano. Por eso lo que parece una historia que se queda en denunciar la corrupción policial, va profundizándose poco a poco, y aparecen las contradicciones, los contenidos subyacentes y, en definitiva, la complejidad. Por que no existe otra película estrenada en este país este año más difícil de abarcar (igual existe un par igual de difíciles, pero no más). Por eso, “El Intercambio” es una obra maestra que hay que ver, y volver a ver, y volver a ver,…